lunes, 16 de mayo de 2011

La ingeniería de la frustración

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ayer, en España, la indignación salió a la calle. Va tocando en todas partes y los informativos nos muestran un largo encadenamiento de secuencias con la misma historia en distintas partes del mundo. Sobre un mapa plagado de señales rojas, se desvela que no es una crisis, algo pasajero y anómalo, sino un estado real del sistema. La crisis es el sistema. El mundo se parece cada vez más en todas partes. Las mismas recetas, las mismas respuestas: indignación.
Las promesas constantes han llenado todo de irrealidad y cada vez se nos hace más difícil reconocer el mundo que nos rodea en las palabras que nos repiten. Han aprendido que ante la frustración no hace falta cambiar nada, solo aumentar el nivel de las promesas. Promesa tras promesa, se intenta aplacar el descontento general y la raíz de los problemas.


No es necesario recurrir a teorías complejas para explicar lo evidente: los diseños sociales no han funcionado. Ni los políticos ni los económicos. El deterioro es claro. El resultado social no es el esperado y es importante que se entienda cuanto antes, porque puede que ya sea tarde. Esto no es fruto de la casualidad.
Richard Sennett escribió en La corrosión del carácter hace más de diez años:

Las especiales características del tiempo en el neocapitalismo han creado un conflicto entre carácter y experiencia, la experiencia de un tiempo desarticulado que amenaza la capacidad de la gente de consolidar su carácter en narraciones duraderas.
[…] Lo que tiene hoy de particular la incertidumbre es que existe sin la amenaza de un desastre histórico; y en cambio, está integrada en las prácticas cotidianas de un capitalismo vigoroso. La inestabilidad es algo normal.* (30)

El sistema que se ha construido impone un tiempo y una experiencia personales cuyo resultado final es la ausencia de cualquier forma de estabilidad. Con la receta de adaptabilidad exigen a las personas que renuncien a cualquier especulación sobre lo que desean ser y se acojan a un sistema que les indica lo que pueden ser en cada momento, en función de las necesidades exteriores. Esto supone la negación de la dirección de tu propia vida, la negación del desear —que solo puede desembocar en frustración por la imposibilidad de llegar a ello— y su transformación en la aceptación de lo inestable, de lo precario, como fondo real de tu vida. El sistema te exige la renuncia a ser para que estés en una situación de permanente adaptación a lo que se necesita en cada momento. Esta situación afecta a la educación, al empleo, a cualquier otra actividad social, y provoca la existencia de un mundo lleno de palabrería amable y de acciones implacables.Se equivocan los que piensan que solo se están pidiendo mejoras en el empleo. Esto va mucho más allá. [ver entrada]
Lo que tú quieras no es importante; solo lo es lo que el sistema necesite. A esto se le llama adaptación, flexibilidad o cualquier otro eufemismo técnico con el fin de encubrir lo único importante: que tu futuro no está en tus manos, que es un escrito cambiante y caprichoso en el que cada día alguien decide cuáles son tus metas y si participas o eres desechado a los márgenes del sistema. Eso destruye nuestra capacidad de narrarnos, de definirnos como personas, de construirnos una identidad, porque pasamos a ser reescritos permanentemente. Es una existencia al dictado.
La segunda observación de Sennett es muy importante. La inestabilidad no es la causa de las crisis; la inestabilidad es la base del sistema. Y esta inestabilidad sistémica afecta a lo individual y a lo colectivo. La inestabilidad institucionalizada genera una angustia permanente que va erosionando el carácter, como señalaba Richard Sennett y puede ver cualquiera que conviva con otras personas de su entorno. Provoca también la erosión y el descrédito institucional. Dejamos de confiar en las instituciones cuando comprobamos que actúan en nuestro nombre pero no en nuestro interés. Se convierten en mediadoras para evitar que nuestra ira vaya a más.
El sistema no elimina la angustia, adiestra a algunos a convivir con ella para que el caos no se adueñe del conjunto. De ahí la obsesión por la “excelencia” educativa y el “liderazgo”, por la formación de cuadros ejecutivos cuya primera virtud es no enloquecer con la tensión que el sistema les provoca. Los episodios de crisis y suicidios [ver entrada] son cada vez más frecuentes en todos los ámbitos laborales. Son el resultado de la ausencia de espacios y tiempos, de cronotopos, internos en los que refugiarse.
Vivir la vida como angustia —angustia educativa, angustia familiar, angustia laboral…— es la mayor frustración que cualquier ser humano puede padecer. Condiciona el carácter y este las relaciones en un círculo vicioso casi imposible de romper. Como alternativa, el sistema nos ofrece la gestión productiva de nuestro ocio, el entretenimiento elevado al nivel de religión. Lleva tu ira al estadio.
Los niveles de insatisfacción están aumentando peligrosamente y, como los diques en las crecidas, tendrán que ser abiertos en algún momento. La rabia que ayer salió a la calle se dirige contra el sistema y los que lo gestionan, contra los que nos cantan sus excelencias y nos dicen que para acabar con el problema se necesitan mayores dosis del sistema. Pero los problemas no se acaban porque benefician a una parte, la que decide, la que tiene la capacidad de crearlos para obtener una rentabilidad. Nuestras crisis son especulativas, son provocadas.Se llaman "oportunidades".
Sennett vio muy bien que los problemas del sistema no son los problemas de las personas que viven bajo el sistema; que lo que nosotros padecemos, la angustia, la inestabilidad, la precariedad… son los efectos colaterales de la normalidad.

* Richard Sennett (2010 11ª): La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Anagrama, Madrid


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