sábado, 21 de mayo de 2011

¿Cuál es el éxito de una democracia?

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Comentaba anoche el sociólogo Juan Díez Nicolás que el noventa por ciento —por decir una cifra, señalaba— de las reivindicaciones de los “indignados” llevan años siendo reclamadas por instituciones, intelectuales, periodistas, etc., que son de sentido común. Era una afirmación que se ha ido abriendo camino, conforme se acercaban las doce de la noche, en muchos medios de comunicación. El debate quedaba reducido a una cuestión legal, importante pero escolástica, casi diríamos administrativa: el respeto a las cuarenta y ocho horas que la ley electoral pide de interrupción de los actos de campaña, la suma de la jornada de reflexión más la jornada electoral.

Algunas demandas y propuestas
El haber logrado cambiar la mentalidad de la gente en este sentido es un logro importante porque era el objetivo principal. A diferencia de los países en los que las concentraciones buscaban acabar con una dictadura, aquí de lo que se trata es que funcione una democracia, lo que se ha dado en llamar una democracia “real”.
El debate sobre el cumplimiento de la jornada de reflexión conforme la ley la define, más por lo que no se puede hacer que por lo que se debe hacer, queda desplazado por otro debate mucho más importante: lo que una democracia debe hacer. Las concentraciones son un acto físico, sí, pero son sobre todo un acto simbólico, una forma de hablar nos sobre las elecciones, sino sobre la democracia misma.
El problema español no es el de la legitimidad, sino el de la eficacia. Y, por supuesto, si la pérdida de la eficacia puede llevar a la pérdida de la legitimidad. El asunto no es descabellado porque es lo que se suele producir cuando se convocan elecciones anticipadas. Los adelantos de elecciones se producen cuando lo gobiernos no son capaces de afrontar las situaciones o cuando, por otras circunstancia, queda en evidencia su falta de representatividad circunstancial. Por ejemplo —y no es un ejemplo imposible— cuando en una elección intermedia se produce una debacle del partido en el poder que muestra indirectamente que ese partido gobernante ha perdido la confianza de la mayoría. Los gobernantes pueden mantenerse en el poder —algunos lo han hecho—, pero lo sensato es que hayan captado y comprendido el mensaje y convoquen elecciones. Pero aquí no es un mensaje a un partido, una cuestión de alternancia, sino un mensaje al conjunto del sistema, a todos por igual.
Esto de “captar el mensaje”, más allá de la expresión, es la base de la democracia, que no consiste más que en gobernar escuchando al pueblo. El autismo de las dictaduras es el gran pecado de las democracias. Por eso el mayor enemigo de la democracia es la demagogia, entendida en los dos sentidos que nuestro diccionario de la RAE le da: 1-  “práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular” y 2- “degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder”. 

Comisiones debatiendo y oyentes
La democracia es la acción tras la escucha atenta; la demagogia, el parloteo sin acción o la acción convertida en parloteo. En la demagogia no se escucha, solo se habla. La queja generalizada, la causa de la indignación, es la ausencia de acción (no se resuelven los problemas) y la sobredosis de demagogia. “Acción” en democracia significa resolver problemas y seguir voluntades. Los gobernantes llevan mucho tiempo con las orejas taponadas, con una enorme ceguera social. Las palabras de Juan Díez Nicolás son ciertas. Cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad a lo que le rodea, cualquiera que perciba de la realidad algo más que una farola callejera, se habría dado cuenta que existe una gran distancia entre la clase política y los ciudadanos.
La diferencia entre las dictaduras y las democracias van más allá de la idea de eficacia. De hecho, una de las cuestiones mundiales más preocupantes es la “eficacia” de algunas dictaduras, que se justifican en ella para reprimir, recortar o no ampliar las libertades. Por eso hemos hablado de “escucha” y “voluntades”. No basta con escuchar. Los ciudadanos eligen sus representantes para que materialicen sus voluntades, para que las lleven a la práctica. Hace mucho tiempo que el modelo de sociedad es de importación. Cada vez el margen de maniobra es menor y se sustrae a los ciudadanos el derecho de tener un espacio social que considere propio y apropiado.
Tenemos todos la sensación de que, en la medida en que las instituciones se han ido diluyendo en organismos supranacionales, se ha ido perdiendo nuestra capacidad de acción sobre nuestro entorno inmediato. No voy a cometer la torpeza de echarle la culpa a “Europa”, pero sí al uso indebido que nuestros políticos —y los de otros países, a la vista de lo visto— hacen de ella, invocándola como “necesidad” que les sirve de excusa [ver entrada]. Las cosas vienen de Europa como los niños venían antes de París, para no dar más explicaciones. Pero podemos escuchar estos mismos sentimientos por toda Europa. Es difícil asimilar que eres libre si se te está invocando permanentemente la necesidad. Una perversión de la libertad y la democracia es la invocación de lo inevitable como mecanismo de la realidad social. Donde reina la fatalidad, está ausente la libertad. Y la fatalidad reina permanentemente en el discurso político para esconder la ineficacia y escamotear la responsabilidad de la mala gestión. También de esto se ha hartado la gente.

Madres e hijos jugando, piden guarderías
El clamor de lo que se pide y lo obvio de su sentido solo puede ser ignorado dando la razón a los solicitantes: la sordera política. Creo que la esencia de la falta de respuesta acorde a las necesidades está en la propia constitución, organización y desarrollo de los partidos. Por su propia dinámica interna, se desarrollan por un lado hacia la sumisión —ausencia de debates e ideas renovadoras, falta de permeabilidad social— y por otro hacia la demagogia, la adulación permanente de palabra y obra. Los ciudadanos valoran cada vez menos a nuestros políticos y ya es difícil bajar más en sus cuotas de popularidad y respeto. Curiosamente, es la única encuesta que no les gusta nunca citar. La política es un arte noble si la ennoblecen los que la practican.
Esta situación va más allá de una concentración, independientemente de su duración. Lo que estamos viendo es un gigantesco aviso de que a la gente, a mucha gente, no le gusta lo que hacen ni cómo lo hacen; que consideran que no se utilizan sus votos como prolongación de su voluntad, sino como una patente de corso. Lo que la gente está manifestando es que sus problemas se deben solucionar porque para eso eligen representantes. En este sentido, el movimiento no es que sea democrático, es que es la manifestación de la voluntad de mucha gente. Y eso sí está en la base de la democracia, la voluntad. Esa voluntad se plasmará o no en unos votos, pero la voluntad existe más allá del voto. El voto es una forma de manifestarla y cuantificarla, pero no es la voluntad en sí misma. Por eso nuestra constitución considera como un derecho fundamental el derecho de manifestación donde también sale a flote. El mensaje que se envía es previo al mensaje electoral que es el voto individual. Lo que aquí se está expresando es previo: se está exigiendo el respeto al ciudadano que vota. Ese respeto se manifiesta en el cuidado de sus problemas y el diseño de modelos sociales en los que se sienta cómodo y no ajeno.

Espero que las personas que se manifiestan, que han estado aunque sea unos minutos allí, de todas las edades, condiciones y profesiones, comprendan que la concentración es el primer paso para recuperar el abandono que los ciudadanos hemos realizado durante años de la tarea política en todos sus niveles y manifestaciones. Si profesionalizamos a los políticos y estos se convierten en casta, acaban por tener sus propios intereses y se vuelven cada día más sordos. Una democracia es “real” cuando uno ejerce su voluntad y manifiesta sus ideas en cualquier ámbito. Eso produce una identificación mayor de los ciudadanos con sus instituciones, un mayor respeto hacia ellas y hacia los que honestamente dedican una parte de sus vidas y sus conocimientos a que funcionen mejor en bien de todos. Esto es aplicable a la comunidad de vecinos, al colegio de nuestros hijos, a nuestros municipios, nuestras universidades o cualquier otra institución en la que se participe. 
La democracia se burocratiza cuando nosotros aceptamos que estamos al otro lado de la ventanilla. Las concentraciones, el espíritu que las mueve, es el de profundizar en la democracia y advertir que las personas que están en las instituciones de gobierno están para escuchar a sus ciudadanos y resolver sus problemas. Sencillo, pero a veces las cosas más elementales se olvidan. El éxito de una democracia es sentir que eres escuchado, y que lo que dices puede ser llevado a cabo si es bueno para el conjunto. El éxito de la democracia es sentir que la distancia entre el país que sueñas y el país que ves no es un imposible.




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