sábado, 2 de abril de 2011

Flashmobs y revoluciones: entrenarse bailando


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Cuanto más verticales son los medios, más fácil es aplicarles los controles y filtros políticos. La censura es más sencilla cuando los periodistas son los únicos informadores y los únicos que poseen la tecnología capaz de llegar a los públicos. Controlando a los periodistas se controla a los ciudadanos limitando su información. Una llamada a la dirección de un periódico o retener al periodista en su hotel lejos del frente o las calles son modelos clásicos de control.
Los conflictos en los países árabes nos han enseñado las primeras muestras de cómo el cambio tecnológico en las comunicaciones y su extensión social ha transformado el panorama de las comunicaciones. Hasta el momento, la mayor parte del potencial comunicativo estaba en los medios. A lo más que podían aspirar los ciudadanos era a convertirse en fuente de los medios. Sin embargo, la realidad con la que nos hemos encontrado ahora ha sido muy distinta: los ciudadanos han podido convertirse en medios de información y han establecido sus propios canales de comunicación para articularse.
Estamos asistiendo a la combinación de las transformaciones tecnológicas y sociales o, si se prefiere, a la interacción entre ambas. Durante la última década se ha tejido todo un ecosistema informativo de canales alternativos a los medios masivos convencionales y esto ha sido ha sido determinante en los cambios políticos.
El haber puesto el énfasis en los controles de censura sobre los medios clásicos, la prensa, la televisión, etc., ha hecho que las dictaduras infravaloran el papel de herramientas comunicativas cotidianas que no parecían tener el potencial que han demostrado después. La telefonía móvil se había visto como un gran negocio, pero no como un arma social y política. Podrían ser fácilmente bloquedas, según creían.


Obsesionados con eliminar las opiniones, se olvidaron del poder de las citas. Lo que en Occidente se estaba utilizando para las “quedadas” por internet o por SMS, en países como Túnez o Egipto, ha servido para movilizarse contra los regímenes. Las “flashmob” o “quedadas” masivas, casi siempre con un fin divertido, han sido capaces de montar coreografías con decenas de miles de personas, como los homenajes a Michael Jackson o con los Black Eyed Pies en Chicago, ambos en 2009.  Los paseantes de cualquier calle o plaza pueden transformase instantáneamente en bailarines perfectamente sincronizados ante las miradas atónitas de los que no saben de qué se trata. La primera impresión es que la calle se ha llenado de locos; después el asombro ante lo que ocurre, ante su precisión milimétrica.
La coordinación necesaria para concentrar a miles de personas en un punto para realizar una coreografía ensayada previamente por separado es probablemente muy superior a la de los rígidos ejercicios militares en los patios de los cuarteles. Entrenamiento, sincronización y factor sorpresa son virtudes militares y de las flashmobs. La ciudadanía, especialmente los jóvenes —los auténticos usuarios y creadores de estas modalidades—, se estaba entrenando sin saberlo para la revolución mientras bailaban “Beat it!” 

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