lunes, 14 de marzo de 2011

Veneno negro: Gadafi quiere inversiones


Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Aquí no pasa nada. Esa ha sido siempre la tesis del dictador. Gadafi ha urgido a las compañías de Rusia, China y la India a que inviertan en el sector petrolero de Libia. La prisa por recuperar las plazas petroleras era tener una moneda de cambio con la que salir adelante. Gadafi sigue pensando en el petróleo como su “oro negro” y ahora, el petróleo libio es “veneno negro” para los que lo adquieran. Deslegitimado internacionalmente, ha pasado a ser el “carnicero de Trípoli”, si más. Su hijo Saif, el experto en medios, debería explicárselo.
Mientras Gadafi se ha empeñado en Ras Lanuf, porque entiende que a Occidente el petróleo le entra por los ojos y quiere tener allí su imagen de victoria, la brigada al mando de otro de sus hijos, el militar, ha fracasado en la toma de la ciudad de Misrata, la tercera ciudad en importancia de Libia, a doscientos kilómetros de Trípoli. En este fracaso ha sido parte determinante la deserción de treinta y dos soldados que se han pasado al bando de los sublevados. Unos celebran las victorias besando los carteles con la imagen de su amado dictador y otros huyen horrorizados en cuanto tienen ocasión.
El testimonio del equipo de la BBC detenido hace unos días confirma lo que se podía esperar del viejo régimen: las celdas llenas de personas torturadas por los ocupantes. No quieren dejar más supervivientes que los estrictamente necesarios para que puedan aparecer besando carteles del líder. Hay que despejar la retaguardia antes de avanzar.
La zona de exclusión aérea puede dejar de ser necesaria si no se aplica inmediatamente. La crisis del Japón beneficia al dictador que sabe que la causa libia se va desplomando en los titulares periodísticos desbancada conjuntamente por el horror de las fuerzas naturales y el peligro de un desastre nuclear. ¿Por qué os preocupáis por mí con lo que está pasando en el mundo? La atención se diluye y el mapa libio cae en el olvido relativo del día a día. Pero para el pueblo libio, Gadafi es su propio terremoto, su tsunami devastador, su peligro nuclear. Con el añadido de que los irá buscando casa por casa e irán desapareciendo uno tras otro, sin constancia alguna, con alguna protesta frente a las embajadas en los países que siguen decidiendo su futuro con parones de fin de semana. Poco más.
Los educados hijos de Gadafi, esos brillantes futbolistas, militares, directores de medios, abogados… —la joven Libia que el director escénico de ese trágico lugar desea como futuro—, podrán volver a sus ocupaciones diarias con la sonrisa y la admiración de los que queden a sabiendas que todos esos terroristas, borrachos y drogadictos dejarán de molestarlos durante una buena temporada.
De no remediarlo los países que todavía pueden hacer algo —cada vez menos—, todos nos vamos a enfrentar en los próximos días a un drama más desconsolador que la Naturaleza incontrolada, el obsceno espectáculo conjunto de la estupidez, la ineficacia y la crueldad. La Naturaleza golpea, pero no ríe.



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