sábado, 12 de marzo de 2011

Sutilezas, el arte de la diplomacia gráfica


Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Simplemente observen y comparen:
Traje oscuro para recibir al dictador; traje claro para recibir al pueblo amigo.
Mano abandonada que apenas abarca los dedos del otro; apretón a dos manos, a falta de una.
Sonrisa mínima; sonrisa de oreja a oreja.
Cuerpo rígido para el tirano; inclinación afectiva hacia los rebeldes.
Saludo al pie de la escalinata; saludo en la puerta de la casa.
La diplomacia es un sistema de signos, de signos sutiles. La sutileza suele consistir en mostrar que recibes a alguien que no te gusta recibir pero que, por intereses superiores, debes hacerlo.
En los últimos años este lenguaje de la sutileza diplomática se ha extendido más allá de las residencias presidenciales. He escuchado frecuentemente defenderlo en debates a periodistas que, iniciados en los misterios de la sutileza y los intereses globales, dicen que hay que tratar bien a algunos fantoches para defender los intereses de las empresas españolas. Lo nuevo en este descaro de realpolitik es que se da por parte de personas que deberían defender los intereses de la ciudadanía y no los de las empresas.
Desde hace varias décadas se ha producido una peligrosísima identificación entre intereses empresariales e intereses nacionales. Consideramos que nuestros políticos solo deben salir al extranjero acompañados de empresarios e inversores. De la misma forma, solo recibimos ya a los que vienen a invertir. No nos importa otra cosa. Si visitamos dictaduras las llamamos nuevos mercados, economías emergentes, etc., lo que haga falta para que los demás lo perciban como un bien económico. Es de mal gusto preguntar ¿cómo va tu país? Porque te puede ocurrir como a Berlusconi: Todo normal, Silvio. Y se te queda cara de póker porque tienes que contarlo a los tuyos y ya tienes bastantes complicaciones con lo de los dientes y lo de los juzgados.
A veces, esos inversores son molestos compañeros fotográficos, pero no les puedes hacer el feo de negarles la imagen que los medios controlados de sus países utilizarán para desmoralizar a sus pueblos tiranizados. ¿A dónde vais a ir a quejaros, pobres míos, si mirad cuántos amigos tengo por esos mundos? Y así, los dictadores vuelven contentos con sus fotos porque los pueblos castigados no entienden las sutilezas del color del traje y la inclinación de la columna vertebral. Es una pena, porque los dictadores deberían quedarse en casa y no complicar la vida interna de los países con los que mantienen negocios.
Y nuestros demócratas gobernantes se tienen que defender de ellos seleccionando trajes más oscuros que demuestren lo oficial y frío del encuentro, dejar de sonreír para que no digan que son amigos, y dejarse coger solo un poquito las puntas de los dedos para que no haya malentendidos. Porque, sí, la política internacional es el arte de la sutileza.
Solo la guerra es descarada.

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