sábado, 19 de marzo de 2011

Lanzando los dados trucados


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El destino es una forma de expresar las conexiones inevitables de las cosas. No hemos aprendido a controlar el destino, pero sí a crear condiciones probables de que las cosas ocurran. Nuestras decisiones se basan en el cálculo de que algo suceda. Esto es cierto para la construcción de una central nuclear o para la decisión de abstenerse en una votación del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Calculamos qué puede ocurrir y actuamos.
Sin embargo, somos tramposos naturales. Hemos aprendido que podemos trucar el azar creando o forzando las situaciones para aumentar o reducir las probabilidades de un acontecimiento. Esto afecta igualmente a las condiciones de seguridad de la misma central nuclear, al avance de Gadafi sobre Bengasi, a las especulaciones contra el yen o, como nos explica Olivier de Shutter, relator de la ONU para el Derecho a la Alimentación, en una interesante entrevista realizada por el diario El País*, a cómo se produce el proceso mundial de especulación sobre los alimentos:
“Los especuladores activos en este sector apuestan por precios altos. Los operadores de los mercados reales reaccionan y siguen estas indicaciones: primero retrasan las ventas de las materias al tiempo que pujan por comprar; esto, siempre en un marco de temor por precios más altos, lleva a crear una escasez artificial de productos y a anticipar unos precios altos. Se convierte en una profecía autocumplida.”
Nuestra máxima aspiración es poder realizar nuestras propias profecías. Y que se cumplan, claro. La información se nos ha hecho tan importante porque permite el análisis de los escenarios de forma diferente a unos y a otros: más claros para los que tienen más información, menos predecibles e inseguros para los que tienen menos. Lo que es solo probable para unos, es lo inevitable para otros. Cuando solo te queda una jugada sobre el tablero, tu “decisión” no es tal, sino que se ha convertido en tu “destino”.
Los especuladores no son solo personas que apuestan; son personas que, una vez que toman una decisión, tratan de crear las condiciones para que salga adelante por cualquier medio. Solo el aumento exponencial de información de que hoy disponemos nos permite adentrarnos de forma tan osada en tableros de juego cada vez mayores. Poseemos tantos datos, tanta capacidad de procesarlos, que creemos que podemos controlar todas las jugadas posibles o una gran cantidad de ellas.
Pero al aumento de la información se añade un aumento de la complejidad global. Por muchos factores que podamos controlar, los escenarios están siempre abiertos a lo imposible, lo que el sistema no ha podido prever por su propia ceguera. Los analistas del mundo árabe, los expertos en seguridad nuclear, etc., tenían mucha información, pero no fueron capaces de sacar las conclusiones correctas. Y si alguien lo hace, no le creen. Esta ceguera es propia de nuestra condición humana. Nos impide ver lo que tenemos delante como posibilidad. 

 
La cadena de acontecimientos de lo ocurrido en Japón asusta en su limpia causalidad. Los acontecimientos —que nos gusta considerar de forma lineal— son en realidad piedras en un estanque, ondas que se expanden en todas direcciones. Y no es una sola piedra, sino muchas.
Una de las imágenes que el terrible desastre de Japón nos deja en la retina es la de los fuegos sobre el agua. A diferencia de lo ocurrido en casos anteriores, la gran cantidad de vehículos existente ha hecho que se crearan concentraciones de gasolina que han estallado y arrastrado el fuego extendiendo la destrucción. Los expertos en catástrofes naturales no lo habían previsto. Han sido muchas piedras sobre Japón.
No podemos preverlo todo, pero aprendemos. Aunque muchas veces nos dejemos cegar por lo que queremos o no queremos ver. Rusia quiere construir una segunda central nuclear en Bulgaria. La zona en la que se pretende construir tiene una actividad sísmica superior a la de la zona de Japón donde se produjo el terremoto. Ahora, además de en seguridad, dedicaremos tiempo y dinero a explicar al mundo lo poco probable de que allí ocurra algo similar.
Encontrar una casa a la deriva en mitad del Pacífico es altamente improbable, pero ocurre.

* “El hambre es un problema político”. El País, 19/03/2011 http://www.elpais.com/articulo/sociedad/hambre/problema/politico/elpepusoc/20110317elpepusoc_14/Tes


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