miércoles, 23 de marzo de 2011

Cuando se trivializa la libertad de expresión


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Se pisotea demasiado la libertad de expresión en el mundo como para que no resulte irónico que sea aireada para un contencioso sobre anuncios de prostitución en los diarios españoles. No es de extrañar: la polémica más seria en España sobre la libertad de expresión surgió por el problema de las emisiones televisivas de partidos de futbol, algo que llegó al rango de asunto de estado y debate nacional.
Anda revuelto el gremio periodístico con el informe del Consejo de Estado, solicitado por el Ministerio de Igualdad,  que considera que no han servido de nada los intentos previos de autorregulación. El Consejo señala que es necesario afrontarlo desde las leyes, aunque no sea considerado por la vía penal, es decir, como delito.*
Quizá sea más adecuado decir que la parte del gremio revuelta es la de los editores más que la de los periodistas. Pero desde hace mucho tiempo, la voz del periodista cuenta en este tipo de asuntos bastante menos que la del editor. Lo económico es lo que mueve el mundo, según se desprende de los razonamientos esgrimidos en el debate por los afectados.
La Defensora del Lector del diario El País, Milagros Pérez Oliva, ha terciado haciendo gala de su independencia institucional dentro de la empresa y ha señalado que:

Esta Defensora considera que esos anuncios no deberían publicarse en este diario. Sé que se trata de una muy vieja polémica y que los tiempos de crisis que vivimos no son los más propicios para tomar una decisión de esta naturaleza.**

¡Ay, los tiempos! ¡Cómo no iba a tener la crisis la culpa! En España —a pesar de la crisis— algunos diarios renunciaron a este tipo de anuncios —Público, La Razón, 20 minutos, Avui…—, en cambio, los grandes los mantienen: El País, ABC, El Mundo. Algunos antepusieron principios a ingresos, que no es una mala decisión ya que ofrecen al menos una cierta impresión de compromiso a sus lectores. No hay distinción ideológica, como puede verse, en los que rechazan este tipo de publicidad en sus páginas. Tampoco la hay entre los que la aceptan, que cubren el espectro político. No es pues la prostitución un asunto de derechas o de izquierdas, como suele ser tradicional en este país en blanco y negro, sino más bien del color del dinero.
No deja de ser un ejercicio de hipocresía por parte de los editores de prensa y algún que otro director acusar de hipocresía a la sociedad por consentir la prostitución y no dejar después que se anuncie. La hipocresía no se combate con más hipocresía; la homeopatía aquí no entra. Su argumento es declárenla ilegal y así no se podrá publicitar. En España la prostitución no es ilegal ni legal, sino alegal, un vacío, efectivamente por falta de decisión política. Pero aquí no se trata de la prostitución, sino de los anuncios sobre la misma y sobre el espacio en el que se deben o no insertar. Los editores discuten los argumentos y señalan que regulen a los demás, a Internet y las televisiones, que también tienen  lo suyo. No les falta razón en esto; los periódicos son siempre los más fáciles de presionar, los más localizados, pero esto tampoco es un argumento, sino una queja infantil, que empiecen por los otros. No exime de nada.
Las prostitutas, sean legales o no, repercuten el coste de los anuncios en la tarifa que tengan establecida, como hace cualquier “empresario” o “autónomo”, según le gusta a las partes ser tratadas. No se trata solo de la legalidad de la actividad de la prostitución ni de la libertad de expresión. Se trata sencillamente de financiar un periódico con un dinero que surge de una actividad, al menos, poco edificante y opaca. El pago de los anuncios se hace con un dinero negro, por decirlo así, y sucio. Negro porque surge de una actividad no regulada, y sucio porque surge de una actividad que, se mire como se mire, no es la fuente de financiación más adecuada.
Lo escandaloso en este caso no debería estar centrado en la prostitución en sí que ya lo es,  sino en la propia financiación de los medios y su participación en la cadena económica del beneficio de la prostitución. Los anuncios contribuyen al aumento de la actividad: ¡para eso se ponen! Que cada palo aguante su vela. Acabar con la prostitución es una cuestión política; acabar con los anuncios es otra. Ninguna de las dos tiene nada que ver con la libertad de expresión. Eso es lo que hay que dejar muy claro. Unos medios no aceptan anuncios porque se han planteado el problema desde los principios, aunque pierdan dinero; otros lo han hecho desde los intereses, aunque pierdan principios. No hay que darle más vueltas.

* “El Consejo de Estado apoya que se prohíban los anuncios de prostitución” El País 22/03/2011 http://www.elpais.com/articulo/sociedad/Consejo/Estado/apoya/prohiban/anuncios/prostitucion/elpepusoc/20110322elpepisoc_6/Tes
** “Los editores consideran que la prohibición de los anuncios de prostitución vulneraría sus derechos” El País  22/03/2011 http://www.elpais.com/articulo/sociedad/editores/consideran/prohibicion/anuncios/prostitucion/vulneraria/derechos/elpepusoc/20110322elpepusoc_2/Tes



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