sábado, 19 de febrero de 2011

La aceleración de la Historia y el sol clavado en el cielo

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Como nos temíamos todos, las muertes se acumulan en Libia. No es el único lugar en el que está cayendo la gente. Las diferencias entre los países árabes implicados en las rebeliones son importantes, muy importantes. Tenemos desde la Libia de Gadafi, ese dictador sangriento de opereta, hasta la monarquía de Bahrein, de los comités revolucionarios iraníes a los yemeníes. Estos países componen un espectro de problemas comunes y de divergencias profundas. La pregunta histórica es ¿por qué ahora?

Al comienzo de la crisis, un entrevistado por la BBC establecía la comparación con la caída de la Europa del Este, con el derrumbamiento del bloque soviético. Señalaba el analista que si Túnez había sido Polonia, Egipto sería la Unión Soviética. La analogía era clara en lo que respecta al orden, pero deja fuera una serie de aspectos. El primero de ellos es que, si bien podríamos equiparar a Polonia con Túnez, no podemos hacer lo mismo con la Unión Soviética y Egipto, pues este no controlaba a los demás países ni ideológica ni militarmente. Tampoco existía un “bloque” en el sentido de que no disponían de una política común, siendo, por el contrario, algunos de ellos enemigos declarados. De hecho, el mundo árabe es lo menos parecido a un “bloque”; solo nuestra percepción exterior reductora puede hacérnoslo creer. Y es importante tenerlo en cuenta. El analista entrevistado ser refería al peso de Egipto, a que lo que ocurriera en Egipto sería determinante para el resto de los países en su decisión de seguir adelante con sus rebeliones o no. Sería un jarro de agua fría si fracasaba y un aliento si triunfaba.

Lo que caracterizaba desgraciadamente al mundo árabe era el autoritarismo de sus regímenes, fueran estos del tipo que fueran, monarquía, repúblicas, militares o civiles. Monarquías y dictaduras militares han sembrado durante años la desesperación de sus pueblos, que se veían obstaculizados para diseñar su propio futuro. Han sido gobiernos contra sus pueblos, por acción o por omisión. Ya fuera porque los reprimían o porque los olvidaban —o ambas cosas con frecuencia—, las gentes de estos países se han visto abandonadas a su suerte. Poseedores de grandes riquezas naturales, estas han sido usadas por sus gobiernos como moneda de cambio para mantenerse en el poder con la complicidad de muchos países que se han sentido muy tranquilos por tener asegurados petróleo, gas o cualquier otra materia que necesitáramos para vivir mejor.

En todas partes se está hablando de una “revolución de los jóvenes”. Cuando nosotros decimos “jóvenes” no significa lo mismo que para ellos. Hemos dedicado un texto anterior a esto, La rebelión de los hijos. La presión sobre una generación que ya ha visto el mundo desde fuera, que ha salido emigrante y regresa a sus países porque ya no los necesitamos, que tiene capacidad de quejarse y que ha ensayado sus quejas en los ciberforos antes que en las calles, que se ha buscado la vida como ha podido, esta presión, tienen un límite y se ha sobrepasado.

Cuando hablamos de la aceleración de la Historia nos parece que es simplemente una metáfora. Sin embargo, esta explosión de rebeldía en situaciones tan distintas es el reflejo de esta aceleración. Los regímenes autoritarios son anacronismos, son parte del pasado y los que solo tienen un futuro lo reclaman desesperados. El presente en el que viven es estático, acartonado, una gerontocracia de héroes de viejas revoluciones que les recuerdan patéticamente a los jóvenes que ellos también lo fueron, como un derecho para estar ahí durante toda la eternidad. Me decían amigos egipcios que algunos ministros habían estado ahí durante toda su vida, que no conocían otro. Es ese estatismo, esa detención del tiempo, ese sol polar, como diría Charles Baudelaire, clavado en el cielo, eterno, sangriento, trayendo a todos la desesperación del día que no acaba de ponerse. Es el spleen irritado de un pueblo.

No está en crisis el mundo árabe; está en crisis un modelo de gobierno obsoleto, que solo es capaz de mirar por sí mismo y que cree que la juventud es algo que se pasa con la edad. Menos a ellos, que están por encima del tiempo, clavados en el cielo.



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