jueves, 3 de febrero de 2011

Tahrir

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Alguien ha escrito en estos días que todas las rebeliones tienen su plaza. No puede ser de otra manera porque las plazas son los espacios naturales en los que desembocan los flujos callejeros; son centros físicos y espirituales de las ciudades. Las plazas, a diferencia de las calles, que nos llevan de un lugar a otro, de un principio a un final, son espacios con entidad propia. Por su propia naturaleza son espacios de confluencia, de encuentro y acogida.

Así sucede con la Plaza Tahrir de El Cairo. Los gobernantes deberían tener más cuidado al escoger los nombres de los espacios públicos porque pueden volverse contra ellos. Tahrir es la Plaza de la Liberación. Y como tal está siendo vivida, sentida e interpretada por los ciudadanos de El Cairo. Tahrir es el lugar en el que se agrupan de forma natural los manifestantes; natural por la física de los flujos convergentes y natural por los flujos simbólicos. ¿Dónde sentirse más libre que en la Plaza de la Liberación? ¿Dónde exigir la libertad sino allí? La lógica del sentido se impone y al combate simbólico se le añade el real. El objetivo de Mubarak es romper la unidad de la plaza, convertirla en el espacio del terror y del caos, en el lugar del miedo. Sin embargo, nos cuentan los corresponsales hoy mismo, los heridos en los ataques contra los manifestantes de la plaza hacen el signo de la victoria mientras son atendidos. Lejos de sembrar el terror, lo que se ha conseguido es reafirmar el valor simbólico de la plaza, que acaba pasando a sus manifestantes.





“La idea de que cada uno está solo en medio de la muchedumbre, como átomo anónimo, es una verdad literaria, pero no es la verdad de las escenas de las calles reales”, señalaba E. Goffman en La puesta en escena de la vida cotidiana*, citada por un cairota, el Catedrático de la Universidad de Lyon, Isaac Joseph. La primera impresión que te produce El Cairo es de un gigantesco caos. Después descubres que ese movimiento caótico es el reflejo de la gran densidad de las interacciones sociales en los espacios públicos. La calle no es un lugar de paso, es un espacio de encuentro. Es algo que percibes inmediatamente en un breve paseo por la ciudad. La plaza Tahrir es la respuesta lógica al intento de disolución de la comunidad virtual que significaba el corte de los teléfonos móviles y de Internet. El efecto de los cortes telefónicos ha sido la intensificación de la comunidad real, la exigencia de la comunicación presencial. Si no puedes comunicarte con los demás por teléfono, lo haces cara a cara. Nadie quiere abandonar la Plaza porque es la pérdida del contacto, la disolución.

Los turistas que van a Egipto lo hacen atraídos en su mayoría por unos espacios que representan la muerte y el pasado: las pirámides, las momias... La Plaza Tahrir, por el contrario, es un espacio de vida, de aspiraciones de libertad y liberación, el lugar de la recuperación de la dignidad y la autoestima, del aquí y el ahora. La plaza se convertirá, como lo han sido las pirámides, en un lugar de referencia de Egipto ante los ojos del mundo y de los propios egipcios. Los egipcios dejarán de sentir que los que les visitan vienen a ver a sus antepasados, ignorando su presente real, y cuando esto termine, quiera Dios que sea pronto, se sentirán orgullos de ver a la gente que llega y pide que les lleven a la Plaza de la Liberación. Junto a pirámides, esfinges, momias y mezquitas, maravillas del Egipto del pasado, la Plaza Tahrir se habrá hecho un lugar en la historia, en los libros que la cuentan y un lugar en la agenda de los futuros turistas.

* Goffman cit. en Isaac Joseph (2002): El transeunte y el espacio urbano. Gedisa, Barcelona.



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