sábado, 19 de febrero de 2011

Dimensionistas, rankings y felicidad

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Sirve de muy poco educar para la competición si no se educa para un mundo mejor. Se ha repetido tanto lo de la competitividad que ha perdido su sentido. Es como si dos personas fueran corriendo y solo les preocupara quién va primero y se hubieran olvidado de porqué corrían. Ser competitivo ha pasado a ser un valor relativo: significa, sencillamente, hacerlo mejor que los demás, es un “n+1” en donde los demás son la “n”. De esta forma, nos hemos llenado de rankings y no nos preocupa lo que hacemos, sino solo estar por delante. La proliferación de estos listados para todo es el reflejo de este relativismo clasificatorio. Las universidades, los profesores, los alumnos (igual que el resto de la sociedad), solo han de preocuparse de adelantar al que tienen delante y no ser adelantados por los que van detrás. Es un principio sencillo, simple, comprensible por todos. Si adelantas, te llaman “emprendedor”; si te quedas como estás, “conformista”; y si te adelantan, “fracasado” y dejan de hablarte. Si decides que el ranking no es lo tuyo, entonces eres “anacrónico”, “freaky”, “antisocial” y un montón de cosas más, todas terribles. Entonces todo el mundo comienza a recriminarte tu actitud por todo lo que han invertido en tu formación, etc. El Estado te recuerda lo que le has costado; la familia te recuerda los sacrificios que hicieron por ti y los profesores lamentan el tiempo que te dedicaron. Es muy sencillo.

Este énfasis moderno en la competitividad como principio general de nuestra vida económica, laboral y moral hubiera dejado perplejo a más de un pensador antiguo (¡la Antigüedad existe!), que no habría entendido un movimiento sin dirección o una educación sin principios. Sin embargo, nos han convencido de que la eficacia es un principio en sí mismo. Eficacia y competitividad son dos principios complementarios (¡y no quejábamos de no tener principios!). El uno se basa en el otro: si somos eficaces, somos competitivos; si somos competitivos es que somos eficaces. Sencillez, claridad, todo diáfano. ¿La felicidad?, me preguntarán. Bien, si eres competitivo no la necesitas y si no eres competitivo no te la mereces.

Hablar de la felicidad es de mal gusto. Hace unos años me invitaron a una mesa redonda sobre “los jóvenes y la felicidad” en la que un sociólogo puso sobre la mesa los datos sobre cómo empleaban los jóvenes su tiempo libre. Además de implicar que solo se puede ser feliz en tu tiempo de descanso (curiosa consecuencia), se confundía la felicidad con la videoconsola, el burguer y el chiringuito playero. Los sociólogos, a veces, son así de directos. Quizá nos cueste ser felices porque ya no sabemos qué es la felicidad y la confundamos con la diversión. Las confusiones también son significativas.

Me viene a la memoria la novela que escribieron conjuntamente esos dos grandes escritores que fueron Joseph Conrad y Ford Madox Ford, titulada Los herederos*, un texto atípico en la producción de ambos, una curiosidad literaria. En esta extraña historia, entre alegórica y ciencia-ficción, se nos describe una raza del futuro (pero que incordia en el presente) llamada los Dimensionistas, ya que habitan en la cuarta dimensión:

Oí describir a los Dimensionistas; una raza clarividente, eminentemente práctica, increíble; sin ideales, prejuicios ni remordimientos; indiferentes al arte e irreverentes con la vida; libres de cualquier tradición ética; insensibles al dolor, a la debilidad, al sufrimiento y la muerte, como si fuesen invulnerables e inmortales. Ella no dijo que fuesen inmortales, sin embargo (17)

Hay más de un dimensionista por ahí suelto. La ficción de Conrad y Madox Ford se parece demasiado a ese ideal relativista de competividad y eficacia. Se nos habla hoy de la empatía y de los sentimientos, pero me temo que no se le da espacio más allá de las secciones de Autoayuda. Hay que recuperar principios que nos unan, espacios de convivencia. Extender a todos los estratos de la sociedad el principio de la rivalidad no puede ser bueno. Las instituciones educativas tenemos que recargar nuestros principios y transmitir valores más allá de la eficacia y la competividad. Y lo primero es dejar de pretender que somos pulcras empresas, sin más, y asumir que en nuestras manos está el valor del ejemplo además de la transmisión del conocimiento. Alguien me decía el otro día, que lo que queda es el ejemplo. Tiene razón.

*Joseph Conrad y Ford Madox Ford (2009): Los herederos. Valdemar, Madrid.



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