martes, 8 de febrero de 2011

Bailando en La Meca

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

Me acordé ayer. Fue hace unos meses. Mientras preparaba las cosas para salir hacia la Facultad, se debatía en una tertulia televisiva matutina un reportaje. El dueño de una discoteca murciana llamada “La Meca” había solicitado la presencia de una autoridad religiosa islámica para que revisara las instalaciones, remodeladas tras diez años cerrada, y le dijera lo que pudiera ser ofensivo y cambiarlo. El reportaje nos mostraba, con una gran naturalidad, las explicaciones que el imam le daba al empresario sobre elementos de la decoración que tenían una significación religiosa.
El buen tono que había en el diálogo se vio modificado por las airadas intervenciones de los tertulianos televisivos. “¡Qué vergüenza!” —coincidían todos—. “¡Esta gente ya viene a decirnos lo que tenemos que hacer! ¡No se puede consentir!” Esto es frecuente y  también se produjeron expresiones de este tipo cuando aparecieron en la prensa noticias de que en Ceuta y Melilla se iba a considerar día festivo la celebración de la Pascua musulmana, la Fiesta del cordero. Curiosamente, los habitantes de Ceuta y Melilla no veían demasiados problemas (como los musulmanes no ven ningún problema en que celebremos la navidad), pero sí hubo la misma irritación en mucha gente. Según algunos titulares de prensa, eran traidores al ¡espíritu de la Reconquista!Cuando vi el debate sobre la discoteca pensé en un contraejemplo. Imaginemos que se abre mañana en la ciudad de Bagdad una discoteca que se llame “El Vaticano”, que reproduce la capilla Sixtina, que la gente baila sobre plataformas que son altares, que han convertido en guardarropas los confesionarios, etc. etc. Lo más probable es que, en el mejor de los casos, nos enfadáramos y nos sintiéramos ofendidos.


Uno de los principales efectos de la ignorancia es la denominada “Ley del embudo”. El empresario discotequero trató, con buen criterio, de evitarse problemas recurriendo a quien pudiera orientarlo sobre las incorrecciones que pudiese haber cometido en su afán por hacer una sala exótica. Pero lo que es exótico y decorativo para uno puede ser importante para otros. Por eso me resulta siempre tan chocante ver lo arrogante de la ignorancia que recrimina, como lo hicieron los pontificantes tertulianos televisivos, que alguien se preocupe por hacer las cosas sin ofender a nadie.
Nos estamos convirtiendo en más intransigentes que aquellos a los que acusamos de intransigencia. Y lo somos por soberbia e ignorancia. La primera nos convierte en lo segundo, y la segunda en lo primero. El que cree permanentemente que su posición es la verdadera, haga lo que haga, no se molesta en mejorar ni en aprender. Y hay mucho que aprender. Lo más fácil es hacer un uso ignorante de la libertad.
Los habitantes de Ceuta y Melilla tratan de convivir y saben la importancia de las fiestas de unos y otros, saben su valor. Murcia tiene una gran población magrebí en sus tierras desde hace mucho tiempo. No es extraño que traten de realizar una convivencia respetuosa. No siempre se consigue, pero ese es el camino y no otro, el respeto y el conocimiento. Por más que les moleste a ciertos profesionales de la indignación que —tampoco les importa mucho— transmiten su ignorancia en busca de mayores audiencias. La indignación siempre ha vendido más que la calma. Y no están los tiempos ya para eso.


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